Época: Guerra civil
Inicio: Año 1938
Fin: Año 1938

Antecedente:
La guerra civil

(C) Javier Tussell



Comentario

El final del frente Norte pudo hacer concebir a los observadores la posibilidad de que la guerra civil española quedara liquidada en unos pocos meses. Aparte de la superioridad material y militar conseguida en tierra desde septiembre de 1937, los envíos de material soviético se veían dificultados por los submarinos italianos y por la propia flota nacionalista, mientras que la republicana estaba a la defensiva después del hundimiento por accidente del Jaime I. Problemas surgidos en el Extremo Oriente hicieron que la URSS se sintiera mucho más presionada por ellos y esto explica que el número de sus aviadores en la España republicana tendiera a disminuir. Todo parecía, por tanto, ofrecer los mejores presagios a Franco pero acabaron por verse incumplidos: la realidad fue que, por el contrario, la lucha se prolongó y en dos ocasiones sucesivas, durante las batallas de Teruel y el Ebro, el embajador alemán escribió a Hitler que el conflicto español no tenía una solución militar posible.
Estas dos operaciones militares fueron imaginadas por Rojo, convertido en general después de finalizada la campaña del Norte. Paradójicamente, la primera de estas batallas no tenía, originariamente, en sus propósitos, más que la pretensión de ser un simple golpe de mano sin idea de explotación y sin más finalidad inmediata que atraer a las reservas adversarias a fin de hacerlas combatir en una posición poco aceptable para ellas. Rojo tenía, en cambio, como gran plan estratégico la realización del llamado "plan P" consistente en tratar de romper la zona adversaria mediante un ataque en Extremadura. El general Rojo no creía que Franco pudiera reemprender la ofensiva hacia Madrid, pues eso supondría para él "la aventura de un nuevo descalabro con el consiguiente desgaste y pérdida de tiempo". Sin embargo, en contra de lo que parece la lógica militar, que le hubiera hecho pensar en una ofensiva en dirección a Cataluña, Franco estaba en este momento dispuesto a emprender la quinta batalla de Madrid.

El ataque a Teruel estuvo bien elegido por el Frente Popular: la capital aragonesa venía a ser como "una pistola que apuntaba al corazón de Levante", pero estaba escasamente fortificada, con unas comunicaciones difíciles que eran batidas por el adversario y una guarnición muy de segunda fila en calidad y material. El ataque convergente llevado a cabo por el Ejército Popular, emprendido por buenas unidades con unos efectivos muy superiores, consiguió cercar Teruel a mediados de diciembre reduciendo la resistencia a unas cuantas posiciones. Zugazagoitia llegó a decir que era "la primera empresa seria que nos salía bien", en lo que tenía razón porque la bolsa se cerró con sólo 300 bajas y todos los propósitos de los atacantes parecían haberse cumplido. Un intento de auxilio por parte de las tropas de Franco, realizado con intensísimo frío y con una especie de penetración en punta de lanza, como en el socorro a Oviedo, fracasó, y al final de la primera semana de enero de 1938 se rindieron las últimas posiciones de los franquistas. El comandante Rey d'Harcourt que las mandaba fue acusado por supuesta negligencia, pero en realidad si no pudo mantener una defensa como la de Moscardó en el Alcázar de Toledo fue porque los sitiadores tenían una calidad combatiente muy superior.

Concluida así la operación en la óptica de los atacantes, por dos veces Rojo llegó a abandonar el escenario de los combates con el propósito de incorporarse a la dirección de la operación verdaderamente decisiva que, en su óptica, era la de Extremadura. Sin embargo, como en tantas ocasiones anteriores, Franco decidió enfrentarse al Ejército adversario allí donde había recibido su ataque. El avance, sin embargo, se hizo penosísimo, siguiendo la táctica ya enunciada; de todos modos quienes han narrado la operación desde la óptica de los sublevados tienen razón al considerar que se trató "del éxito artillero más completo de Franco" (Martínez Campos), que así utilizó uno de los elementos de su superioridad material evidente. Con todo, a pesar de que en un momento las tropas del Ejército Popular abandonaron sus posiciones ante el adversario para luego volver a ocuparlas, la batalla no se decidió hasta que, a primeros de febrero de 1938, una maniobra en el flanco izquierdo de ataque hasta el río Alfambra hizo desplomarse el frente republicano en tan sólo tres días y con muy pocas bajas; a ello puede haber contribuido el hecho de que la zona estaba mal guarnecida por los defensores que seguían pensando que Extremadura era su principal eje de ataque. Gracias a esto en la segunda quincena de febrero Teruel, la única capital de provincia capturada por el Ejército Popular, fue reconquistada desde el Norte. En realidad, como admitió Zugazagoitia, lo sucedido demostraba que todavía estaba por nacer el nuevo Ejército y de ello eran también conscientes los adversarios. Kindelán, encargado por Franco de informar acerca de la calidad militar enemiga, llegó a la conclusión de que no había mejorado y de que, por tanto, "cualquier maniobra que emprendamos tendrá éxito".

Así se demostraría en poco tiempo, pero Franco, habitualmente conservador y parsimonioso, no cambió su forma de actuación de manera decidida. Los atacantes mostraron sus debilidades no sólo respecto de la calidad de sus tropas sino por la forma de ejercer la unidad de mando, actuaron con demasiada confianza y consideraron liquidada la batalla cuando sólo empezaba. Los franquistas, por su parte, habían conseguido responder al adversario allí donde había atacado, pero a cambio de 40.000 bajas y sin utilizar sus reservas donde hubieran sido mucho más útiles.

La dureza de los combates de Teruel coincide con el comienzo del empleo sistemático de un procedimiento de guerra especialmente brutal, aunque durante la segunda guerra mundial se generalizaría y empeoraría en sus dimensiones y efectividad. Los bombardeos a ciudades de la retaguardia fueron habituales a partir de este momento aunque los llevaron a cabo de modo más continuado los franquistas. Algunas de estas operaciones supusieron centenares de víctimas entre la población civil, principalmente en Barcelona, que a menudo fue alcanzada por aviones italianos, que incluso partían de sus bases metropolitanas. Poco después de la batalla de Teruel también tuvo lugar un repentino cambio en el balance de fuerzas de los dos bandos cuando, a principios de marzo de 1938, el crucero nacionalista Baleares fue hundido. A partir de este momento la recuperación de otras unidades republicanas (como el crucero Cervantes) proporcionó una superioridad a los gubernamentales que no supieron aprovechar.

Para comprender lo sucedido en las semanas siguientes hay que tener en cuenta que el resultado de la batalla de Teruel afectó muy gravemente a la moral de resistencia del Ejército Popular, hasta el punto de que el propio Rojo hablaba del "enorme estado de desmoralización" así como de que los nuevos reclutas "no servían para nada". En estas condiciones se explica que al iniciarse el ataque de las tropas de Franco se produjera un auténtico derrumbamiento del frente. El comienzo del mismo no tuvo lugar a la salida de Teruel sino al sur del Ebro, en dirección a Belchite y Caspe, en la segunda semana de marzo. El desmoronamiento del Ejército Popular fue tal que se produjeron desbandadas de hasta 20.000 ó 25.000 hombres, que empleaban la violencia para huir y que a veces eran detenidos por fuerzas de orden público. Los franquistas habían actuado por sorpresa (pues el enemigo esperaba el ataque en Guadalajara) y emplearon muy bien la aviación en persecución del adversario; en una semana avanzaron 100 kilómetros, tomaron 7.000 kilómetros cuadrados de superficie con un centenar de pueblos, capturaron 10.000 prisioneros y se hicieron con las rutas que conducían hacia el mar.

A mediados de marzo Franco decidió seguir la ofensiva en una doble dirección, al norte del Ebro y hacia el mar. En la primera de las zonas indicadas sólo esa desmoralización existente en el Frente Popular explica que las fuertes líneas de defensa existentes en torno al río Cinca no fueran prácticamente utilizadas. De nuevo se produjo el derrumbamiento del frente con la conquista de 15.000 kilómetros cuadrados por el adversario y una penetración de 100 kilómetros. A fines de marzo las tropas de Franco penetraban en Cataluña y el 4 de abril fue tomada Lérida; Franco dio instrucciones de no encarcelar necesariamente a todo el que hablara el "dialecto" catalán, "aun de buena fe", lo que indicaba el destino que les esperaba a las instituciones autonómicas.

En realidad, la detención de sus tropas se produjo por puro cansancio porque el adversario estaba incapacitado para la resistencia y sólo en la zona del Pirineo (en torno a Bielsa) se produjo una encarnizada resistencia. "Desde el Ebro hacia el Norte -escribió Rojo- nuestro frente prácticamente no existe pues la mayor parte de las tropas que constituían el Ejército del Este como las enviadas en refuerzo se hallan desarticuladas entre sí, sin constituir frente defensivo y la mayor parte están desorganizadas y retrocediendo, víctimas de un fenómeno de pánico". Prieto, que "exultaba" cuando sus tropas tomaron Teruel, consideró lo sucedido como un "desastre sin compostura". En efecto, así había juzgado Rojo que sería una división del territorio controlado por el Frente Popular, la cual tuvo lugar a mediados de abril. Las otras dos operaciones no eran más que auxiliares, pero la llegada al mar con la toma de Vinaroz y la conquista de 6.400 kilómetros cuadrados necesariamente había de desempeñar un papel decisivo en el desenlace de la guerra. Lo sucedido jugó un papel de primera importancia en el estallido de la crisis política del Frente Popular y explica el desánimo de no pocos. El aviador Tarazona, por ejemplo, narra en su libro de Memorias: "En un mes el enemigo barrió nuestras tropas en tierra y a nosotros en el aire; nuestro triunfo de Teruel había sido anulado y la impotencia nos hacía llorar de rabia".

Curiosamente, un error estratégico de primera magnitud por parte de Franco vino en ayuda de los derrotados en Teruel. Lo lógico, en aquellos momentos e incluso desde antes, hubiera sido atacar Cataluña, pues en esa dirección ni siquiera parecía encontrar resistencia, aparte de que fuera un objetivo política y militarmente más importante. Sin embargo, tomó la decisión, calificada de "increíble" por algún historiador militar, de avanzar por el Maestrazgo hacia Valencia en contra de la opinión de algunos de sus consejeros militares e incluso "en neta discrepancia" con su Estado Mayor (Kindelán). Se ha dicho que Cataluña era un objetivo importante pero también un avispero, porque podía provocar la intervención francesa; aun así no se comprende que Franco pensara en que podía tomar Valencia con rapidez; es muy posible que creyera que en este momento tenía ya la victoria al alcance de la mano, porque no demostró excesiva prevención ante la eventualidad de una retirada de la Legión Cóndor.

En cualquier caso, no podía haber sido elegido peor el terreno de la ofensiva donde se centraron los combates a lo largo de tres meses a partir de la tercera semana de abril: se trataba de una zona abrupta, pobre de comunicaciones y compartimentada como es el Maestrazgo en donde, además, la zona costera estaba dotada de buenas defensas. Miaja, al frente del Ejército Popular, llevó a cabo una nueva batalla defensiva como la de Madrid, escatimando sus fuerzas y escalonando la intervención de los refuerzos al mismo tiempo que multiplicaba las líneas defensivas; luego, el general Díaz de Villegas aseguró que ésta había sido la mejor batalla defensiva que libró el Ejército Popular. Por otro lado, los atacantes cometieron errores no sólo estratégicos sino también tácticos: en vez de elegir un sólo sentido para su progresión intentaron hacerlo mediante una pinza en una región que no permitía posibilidad alguna de maniobra y, además, emplearon tropas insuficientes, lo que les obligó a modificar su despliegue hasta cuatro veces introduciendo refuerzos, que nunca bastaron para romper la resistencia adversaria. Sólo en el mes de mayo parece haber pensado Franco en la posibilidad de optar por cambiar el frente de su ofensiva, después de que incluso Kindelán le escribió en ese sentido, y en la zona catalana, reorganizado el Ejército Popular, se pasó a un tanteo ofensivo por el frente leridano. Sólo a mediados de junio pudo ser tomado Castellón y aunque la lucha siguió hasta el mismo momento de la ofensiva del Ejército Popular en el Ebro su éxito fue poco significativo. Las tropas de Franco estaban ya detenidas en la llamada línea X-Y-Z y las posibilidades de obtener una victoria rápida, patentes a la altura de abril, eran, en pleno verano, tan sólo un recuerdo. El Ejército Popular había ganado una batalla, aunque fuera sólo defensiva.